El territorio donde se ubica el barrio de Sant Ildefons forma parte de las últimas terrazas geológicas de la sierra de Collserola, en concreto de la montaña de Sant Pere Màrtir. El terreno se divide en dos zonas bien diferenciadas. Una es plana, cultivada durante generaciones por los payeses de Cornellà de Llobregat, donde tiempo después se construyeron los bloques de edificios. Y la segunda tiene un fuerte desnivel, el talud, conocido antiguamente como el colgado de la Miranda, que conectaba las tierras de secano situadas en lo alto del término con el delta del río Llobregat. Actualmente el talud, urbanizado mediante escaleras y rampas, permite la conexión entre los barrios de Sant Ildefons y Almeda.
La superficie de Sant Ildefons, que durante siglos formó parte del territorio conocido como La Gavarra, fue cultivada con viñedos por los agricultores de Cornellà al menos desde el siglo XVIII. La plaga de filoxera las hizo desaparecer a finales del siglo XIX, y fueron sustituidas por otros cultivos de secano como los cereales. Junto con el cultivo de diferentes tipos de cereal, también destacaron las plantaciones de algarrobos. Este árbol, de hoja perenne y clima mediterráneo, era muy valorado por el uso de sus semillas en la fabricación de alimentos y en la manutención del ganado.
Aparte de alguna pequeña barraca agrícola, la única edificación de todo el sector era la Torre de la Miranda, construida en el límite del talud. Una atalaya de grandes dimensiones, proyectada por el arquitecto Jaume Gustà i Bondia, y construida en 1900 por el conde de Bell-lloc, Arnau de Mercader i de Zufia. La torre, utilizada como observatorio meteorológico, es, en la actualidad, uno de los símbolos arquitectónicos de nuestra ciudad.
En ese mismo talud, en el tramo comprendido entre la línea férrea y la terraza superior y plana, se localizaban varias cuevas. Las primeras habían sido excavadas como cobijo por los campesinos y reaprovechadas, tiempo después, como refugio durante los bombardeos franquistas de la Guerra Civil. La falta de viviendas para acoger a los inmigrantes llegados a Cornellà de Llobregat a partir de finales de la década de 1940, un mal endémico presente en la ciudad durante más de dos décadas, llevó a muchos recién llegados a utilizar aquellas grutas como alojamientos, a la vez que se excavaron otras nuevas
Un censo realizado por el Ayuntamiento de Cornellà en 1952 reflejaba la existencia de 96 cuevas, habitadas por 489 personas; estas cifras todavía aumentarían más con el tiempo. Se identificaban tres sectores donde se agrupaban las construcciones: sobre el puente del Quitllet (ubicado en la continuación de la actual calle del Empordà, en el barrio de Lindavista), bajo la Torre de la Miranda y sobre la rambla de Solanes. El derrumbe de algunas de estas cavernas, por las filtraciones provocadas por las lluvias y la estructura arcillosa de sus paredes, llevó a las autoridades municipales a desalojarlas y a destruirlas a partir de septiembre de 1953, en un proceso que se prolongaría durante años.
Más allá de esta ocupación agrícola de la llanura y humana de las cuevas, aquel amplio territorio donde tiempo después se construyó el barrio de Sant Ildefons también era visto por los y las cornellanenses como un espacio de recreo y encuentro. Decenas de fotografías familiares nos dan testimonio de esa realidad. Familias paseando entre los campos de cultivo, celebrando fiestas tan tradicionales como el jueves lardero o el entierro de la sardina, aprovechando el tiempo libre en un espacio de naturaleza y agrícola con unas vistas espectaculares, que todavía hoy podemos disfrutar, sobre toda la llanura del Llobregat.
Entrevista grabada en Paquita Manzano Orellana, que había vivido en una cueva..
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